miércoles, 30 de julio de 2008

guadalupe

SANTUARIOS MARIANOS

Centro Mariano OSM
Curso del Bienio de Mariología
Templo de san Juan de Dios
Santuario
Curso en México D. F.
Curso en Guadalajara:

Texto de: Besutti, Giuseppe, Voz “Santuarios”, en NDM, Paulinas, Madrid, 1988, pp. 1817-1837.

SUMARIO.
I. Aspectos preliminares:
1. Culto cristiano y piedad mariana;
2. Santuarios y peregrinación;
3. El “santuario mariano” –
II. Aspecto histórico:
1. Las fuentes;
2. Las primeras peregrinaciones. Tierra Santa;
3. El mundo bizantino: reliquias, iconos, iglesias;
4. Roma: imágenes e iglesias;
5. Santuarios europeos más antiguos;
6. Los “miracula B. M.V.”;
7. El desarrollo de los santuarios marianos;
8. Reforma protestante y contrarreforma;
9. En el nuevo mundo;
10. Desde la revolución francesa hasta nuestros días
III. Reflexiones conclusivas:
1. Motivos de la aparición y desarrollo de los santuarios;
2. Consecuencias en el plano espiritual
IV. Santuarios marianos españoles
1. Premisa;


2. Virgen de Estíbaliz;
3.Virgen de la Almudena;
4. Virgen de la Antigua;
5. Virgen de Aránzazu;
6. Virgen la Bien Aparecida;
7. Virgen del Camino;
8. Virgen de la Candelaria;
9. Virgen de la Cinta;
10. Virgen de los Desamparados;
11. Virgen de la Fuensanta;
12. Virgen de los Remedios;
13. Virgen de Lluc;
14. Virgen de Nuria;
15. Virgen de Roncesvalles;
16. Virgen de Sonsoles;
17. Virgen de Valvanera;
18. Virgen del Rocío;
19. Complemento.

I. Aspectos preliminares

I. CULTO CRISTIANO y PIEDAD MARIANA. La manifestación de la piedad cristiana hacia la Madre de Dios ha sido siempre —y de un modo particular en los primeros siglos— de carácter cristocéntrico. Se expresaba especialmente en la liturgia: al recordar los misterios de Cristo, era natural recordar a María. Todavía hoy la conmemoración natalicia del Señor no puede omitir las alabanzas a La que lo concibió, lo llevó en su seno y le dio a luz. En otras palabras, la devoción a María no ha necesitado nunca estar ligada a una localidad o iglesia particular e ir acompañada de las peregrinaciones de los fieles. Con esta afirmación no intentamos negar la lenta pero legítima evolución que a partir del Concilio de Éfeso (431) ha llevado ala actual expresión del culto mariano.
El presente artículo no se propone delinear toda la historia de la piedad mariana, sino que se limita al origen y al desarrollo de los santuarios dedicados a María. A este propósito hay que decir que no faltan quienes intentan identificar la devoción del pueblo cristiano hacia la Madre de Jesús con el peregrinar a los santuarios a ella dedicados. Indudablemente, la asistencia a estos lugares es una de las formas más ostentosas de esta piedad; pero no se debe olvidar que tal movimiento es sólo uno de los aspectos de una persuasión interior doctrinal y de su concreta y múltiple expresión exterior.
La piedad hacia la Virgen, incluyendo la que se manifiesta en los santuarios a ella dedicados, no puede ser comprendida sin insertarla en el contexto de la doctrina y del culto cristiano. Es errado concebir el culto mariano como algo distinto o más o menos contrapuesto al culto cristiano. La misma expresión culto mariano (utilizada solamente al inicio de la MC) es impropia, y no hay que entenderla en contraposición a culto cristiano, del cual es una parte integrante la devoción a la Madre de Dios. No puede, en efecto, existir un auténtico culto cristiano que no comprenda una particular veneración hacia la Madre de Jesús. A su vez, no se puede imaginar una piedad mariana auténtica (es decir, verdadera) contrapuesta al culto cristiano. Si han existido alguna vez —y todavía el fenómeno podría darse hoy— desviaciones, errores, manifestaciones anómalas en la piedad hacia María, tales excepciones no pueden considerarse regla general y praxis constantes. Los testimonios de expresiones autónomas de la liturgia que nos han sido transmitidos por las fuentes (p. ej., san Epifanio, PG 42,699 y 735) no consta que hayan dado vida a peregrinaciones y santuarios. Incluso en los casos en que las formas del culto cristiano revisten analogía y semejanzas con lo que se verificó en el paganismo, hay derecho a preguntarse en qué medida se puede hablar de directa derivación, dependencia y sustitución. Muchas veces nos encontramos frente a expresiones del sentir humano y no frente a la simple repetición imitativa de un acto pagano.
Hay todavía quien relaciona los santuarios marianos con los lugares sagrados, especialmente de las divinidades femeninas del paganismo. Desde un punto de vista histórico no se ha demostrado todavía la directa dependencia de los santuarios dedicados a María de los lugares y edificios consagrados anteriormente a las divinidades paganas. No consta, además, que en los primeros siglos del cristianismo los edificios sagrados paganos fueran transformados en iglesias cristianas dedicadas a la Virgen sin solución de continuidad. Además, no se puede olvidar que el edificio sagrado pagano tenía una estructura arquitectónica bien diversa de las exigencias del lugar de culto cristiano, en el cual es esencial una directa participación de todos en la acción litúrgica. Los ejemplos de utilización de edificios sagrados paganos como iglesias dedicadas a María comienzan en un período en que el recuerdo del culto a los dioses estaba ya muy lejano.
Esta introducción ha sido necesaria para esclarecer algunos aspectos de los problemas relativos a los orígenes de los santuarios dedicados a María y evitar así el tener que tratar este tema sucesiva y repetidamente. (nota 1)

2. SANTUARIOS y PEREGRINACIÓN. En casi todas las religiones, en todas las épocas, y se puede añadir que en todas las latitudes, se verifica el fenómeno de los lugares sagrados, que son frecuentados por visitantes movidos por los más variados motivos. Esto sucede en el paganismo, en el A. T., en el cristianismo, en el Islam y en otras religiones. (nota 2)
Estos lugares sagrados son llamados hoy santuarios, y los que allí van, peregrinos. Los dos conceptos son siempre correlativos, y no se puede calificar como santuario el lugar sagrado que no sea meta de peregrinaciones más o menos numerosas. En la Biblia se llama santuario a la morada de Dios entre los israelitas (Éx 25,8; 26 y passim), es decir, el lugar donde se conservaban las tablas de la alianza. Para los hebreos existía la obligación de dirigirse periódicamente al templo de Jerusalén. No tiene, pues, nada de extraño que también el cristianismo —aunque no está ligado para el culto a ningún lugar particular (Jn 4,21)— tenga sus lugares sagrados, que son visitados, hoy como en el pasado, piadosamente.
Hay que tener también en cuenta la evolución que, a lo largo de los siglos, han sufrido los términos santuario, peregrinación y sus derivados. En el mundo occidental se ha llegado muy lentamente a sus actuales significados.
Sanctuarium (esta palabra latina será sustituida por las lenguas vulgares sólo en el segundo milenio de nuestra era) eran llamadas las reliquias del cuerpo del mártir o del santo, o bien el relicario que las contenía. Sanctuarium se llamarán después las telas que han tocado estos restos, o también sólo las tumbas. Pero con el mismo término se denominan el presbiterio, la sacristía, el cementerio, los bienes de la iglesia o del monasterio y el derecho de asilo de ciertos lugares sagrados. El mismo apelativo se dará incluso al consejo del rey.
El uso, pues, del término santuario para indicar un lugar sagrado o una iglesia meta de peregrinación no es frecuente en los siglos anteriores al año 1000. Todavía en los ss. XI y XII el santuario mariano es indicado con las palabras domus, ecclesia, memoria, locus (B.M.V.). Mas sería necesario extender la investigación a las distintas lenguas modernas, en las que a veces la palabra peregrinación tiende a identificarse prácticamente con santuario; Wallfahrt en alemán, pelerinage en francés.
También es complejo el significado de peregrinus/peregrinatio. Son peregrinos quienes se dirigen a un lugar remoto, lejano de la patria; quienes por devoción van a lugares santos; los penitentes, sea por libre elección o por habérselo impuesto el confesor. Pero también son llamados peregrinos los que llevan vida monástica y los cruzados. Y a todos estos significados hay que añadir los de vida de este mundo y también de falta de salud.
Resumiendo, hay que destacar el predominio de la acepción de tener como meta lugares santos: la tierra de Jesús, Roma, Santiago y otras partes. Un significado, pues, casi idéntico al moderno.

3. EL “SANTUARIO MARIANO”. La mayor parte de lugares sagrados que llevan el nombre de santuario y son meta de peregrinaciones están dedicados a María, la Madre de Jesús. Es imposible indicar su número. Podrá parecer raro, pero únicamente en estos últimos años la Iglesia se ha planteado el problema de determinar el concepto de santuario. No hablaba de ellos el Codex juris canonici de 1917. En el nuevo Código de 1983 el tema es afrontado en cinco cánones (nota 3). Por santuario se entiende una iglesia o un lugar sagrado, a los cuales, por motivo de devoción, se dirigen en peregrinación numerosos (frequentes) fieles con la aprobación del ordinario del lugar (can. 1230). El canon, con razón, no ejemplifica los motivos de esta peregrinación; cualquier elenco sería incompleto. En el nuevo Código se prevé que el reconocimiento del calificativo de santuario internacional o nacional compete, respectivamente, a la Santa Sede o a la conferencia episcopal competente (cáns. 1231-1232). Se habla también de su organización (cáns. 1232-1233) y de los problemas espirituales: los fieles deben encontrar en los santuarios una mayor disponibilidad de lo que se llama media salutis (can. 1234, § 1). Este enfoque dado por el nuevo derecho parece válido y necesario porque en la práctica no todos parecen tener un concepto exacto de santuario. Es importante subrayar que es correlativo a un consistente movimiento, no sólo local, de fieles. Es santuario no sólo la iglesia, sino también un lugar, como, p. ej., la gruta de Lourdes. Los conceptos enunciados del texto jurídico conllevan quizá la revisión de algunas calificaciones actuales. Pero al mismo tiempo debe tenerse presente que cualquier definición y clarificación no siempre encuentra correspondencia en la realidad de los hechos. Un santuario puede ser tal sólo a partir de un determinado momento en la historia de la iglesia, aunque a menudo la determinación cronológica sea harto problemática. No pocos centros, famosos en el pasado, hoy no atraen ya la atención de los fieles, mientras que el movimiento de los peregrinos se dirige hacia otras metas. Hay que señalar también que el Código se preocupa de salvaguardar los testimonios del arte popular y de la piedad (can. 1234, § 2).
Se podrá discutir si algunas iglesias y capillas pueden ser calificadas como verdaderos y auténticos santuarios. Además, es importante no identificar los santuarios marianos con las iglesias de título mariano, equívoco bastante frecuente, especialmente en las iglesias más antiguas. En el s. XVIII, Trombelli (1697-1784) sintetizaba las opiniones hasta entonces formuladas sobre las primeras iglesias dedicadas a María. Este gran erudito es muy severo con las afirmaciones que no encuentran correspondencia en la documentación más antigua (nota 4). Los estudios de Giamberardini han puesto en claro que probablemente en Egipto se encuentran las más antiguas iglesias dedicadas a María. Se conocen al menos cuatro, anteriores al concilio de Éfeso, dedicadas a la Virgen desde que fueron erigidas. Una es del s. III, dos del s. IV y la otra de finales del s. V. Otros edificios, que todavía existen, pueden remontarse a los ss. IV-VI, y actualmente tienen a la Virgen como titular; pero se ignora si esta denominación se remonta también a la construcción originaria o a posteriores reconstrucciones (nota 5). Mas para Egipto, como para otras regiones, una cosa es hablar de títulos marianos de iglesias y otra poder afirmar que estos edificios han sido desde entonces meta de peregrinaciones.
Tampoco la presencia en una iglesia de una imagen de la Virgen debe llevar, por sí sola, a la calificación de santuario. Una vez más es necesaria la presencia del movimiento de fieles, componente esencial del santuario. En la práctica, en los santuarios marianos encontramos siempre venerada una imagen de María, casi siempre con su Hijo, y a veces con los santos más diversos. En algunos casos la referencia cristológica está sobrentendida (p. ej., la Inmaculada Concepción); en otros, la iconografía es más claramente de fondo eclesiológico (p. ej., Virgen de la Misericordia). La representación puede ser pintada (tabla, fresco, tela...) o de tipo plástico (estatua, alto o bajo relieve, cerámica, etc.). Siempre hay que profundizar en la relación entre el lugar sagrado y la representación de la Virgen; parece que el lugar tiene mayor importancia que la imagen. Pero sólo se podrán obtener conclusiones seguras después del análisis de cada uno de los ejemplos.

II. Aspecto histórico

1. LAS FUENTES. A partir del s. XII la historia de los santuarios marianos puede ser reconstruida a través del estudio de las diversas fuentes históricas, generales y particulares (aunque con las dificultades inherentes a toda investigación sobre el pasado). En cambio, es mucho más difícil y compleja la investigación para el periodo precedente (nota 6).
Los escritos de los primeros siglos de la era cristiana nos suministran importantes elementos para la doctrina sobre la Virgen; callan, en cambio, en lo relativo al culto local. Lo mismo hay que repetir acerca de los siglos de oro de la patrística, que sin embargo hablan de María en los comentarios bíblicos o en las homilías litúrgicas. A propósito de este género literario hay que observar que en el mundo bizantino, a partir de los ss. IV-V. encontramos testimonios muy interesantes en las homilías sobre las reliquias de la Virgen (zona, maphórion). En occidente, en cambio, aparte las ilustraciones de la Escritura y de algunas obras sobre la virginidad, los escritos de carácter estrictamente mariano son muy tardíos. Las primeras homilías parecen ser las de Ambrosio Autperto (t 784?). La ocasión es siempre un comentario a la Biblia o el recuerdo litúrgico de acontecimientos de la vida del Señor en los cuales María participa (CCCM, 27,985-1001. l027-1036). !
Elementos más concretos se pueden deducir de los relatos de viajes (itinera), sea a Tierra Santa, sea a Roma. Los más antiguos escritos de este género se remontan a los ss. IV, VII (nota 7). La literatura hagiográfica, y en particular los miracula (cf más adelante), así como los escritos apócrifos, al menos en algún caso, deben ser considerados atentamente. No obstante, debe tenerse presente que las narraciones sobre las vidas de los santos fueron redactadas muchas veces en una época posterior a los sucesos narrados, presentados no raramente según modelos estereotipados de santidad y con intenciones de edificación. Por ello estos documentos, salvo honrosas excepciones, no pueden gozar siempre de valor histórico en la estricta acepción del término. Los escritos hagiográficos, con todo, muchas veces contienen elementos históricos no indiferentes; reflejan, además, la mentalidad, los usos y las costumbres de la época de su redacción; nos atestiguan, concretamente, realidades que están fuera de toda discusión. En el tema de los santuarios marianos debe decirse que, desgraciadamente, no se ha realizado una investigación sistemática, empresa harto complicada, particularmente por la mole de documentación recogida en los volúmenes de las Acta Sanctorum de los bolandistas.
Las mismas colecciones de miracula, que contienen narraciones de los prodigios obtenidos por intercesión de la Virgen o de los santos, han sido estudiadas sólo bajo algún aspecto y además no son todas accesibles porque muchas están todavía inéditas.
Informaciones preciosas, dentro de su fragmentariedad, nos suministran otras obras de diversos géneros: narraciones históricas, escritos polémicos, etc. Tampoco se debe olvidar la aportación de las fuentes no escritas, como, p. ej., los restos monumentales, las imágenes, algunas de las cuales nos han llegado desde los más remotos siglos.
Finalmente, las tradiciones orales pueden asumir un notable interés: su utilización es más simple para los centros de más reciente creación; más compleja resulta la valoración crítica del fundamento de sus afirmaciones sobre santuarios más antiguos cuando falta el apoyo monumental o literario.
Del examen de todas estas fuentes se pueden deducir no pocos elementos sobre el origen y desarrollo de estos lugares sagrados, peregrinaciones, surgidos de la piedad hacia la Madre del Señor.

2. LAS PRIMERAS PEREGRINACIONES. TIERRA SANTA. Las peregrinaciones a los lugares considerados sagrados aparecen bien pronto en la historia del cristianismo. Sabemos que los fieles de Esmirna se dirigían anualmente al sepulcro del obispo Policarpo, martirizado hacia el 160 (Martyrium Polycarpi XVIII, 3, Funk, Patres Apostolici, v. I, 337). En los tres primeros siglos es Tierra Santa la que atrae a los peregrinos. Sin embargo, los casos de peregrinación de que tenemos noticia no son fenómenos de masa, sino de individuos aislados: clérigos doctos o intelectuales. Únicamente a partir del s. IV los elementos más humildes del pueblo cristiano empiezan a ponerse en camino hacia la tierra que fue recorrida por Jesús. Al mismo tiempo, también Roma se convierte en meta de peregrinaciones por el recuerdo de sus mártires. Es la época en que el emperador Constantino (+ 337) erige en Palestina y en la Ciudad eterna grandes basílicas, mientras que el papa Dámaso (+ 384) se preocupa de las catacumbas y del culto de los mártires.
La devoción popular, entonces como hoy, raramente se contenta con un simple recuerdo intelectual; tiene necesidad de un apoyo concreto. Esta necesidad crea las reliquias, término éste que debe ser entendido en un sentido muy amplio, sobre todo cuando se trata de la Virgen. Antes del s. IX, bajo el nombre de reliquias se entendía muchas veces un simple recuerdo que había tocado el lugar sagrado.
Se han efectuado no pocas investigaciones sobre las peregrinaciones de la antigüedad cristiana y del alto medioevo, y es muy complicado resumir aunque sólo sean las principales conclusiones a que han llegado los eruditos. Según Kotting (nota 8) hay diversos tipos de peregrinaciones: a las tumbas y a los lugares de recuerdo de los santos, a personas vivas, para ser sepultados junto a las tumbas de los mártires, por devoción, para obtener súplicas, etc. La investigación de Kotting, que llega hasta el s. V, ha sido continuada por Venece (nota 9), que alcanza hasta la primera cruzada (s. XI), período con el que se concluye lo que se llama el alto medioevo. Las metas en oriente son: Tierra Santa; san Simeón estilita, en Siria; san Sergio, en Mesopotamia; san Teodoro, san Miguel y san Juan (Éfeso), en Asia Menor; san Mena, en Egipto; los santos Cosme y Damián y san Demetrio, en Constantinopla. Las metas de occidente son: Roma; San Miguel, en Gargano; san Martín, en Tours; Santiago de Compostela, en España.
Una página palpitante de Teodoreto de Ciro (393-466) fotografía —se puede decir muy bien— la realidad del s. V sobre los santuarios de los mártires, sobre las peregrinaciones y sobre los prodigios que se registraban en aquellos sagrados lugares: “Los santuarios de nuestros gloriosos mártires —escribe— son espléndidos, atraen la atención de todos, son imponentes por su majestuosidad y están adornados de deslumbradora riqueza. A ellos vamos no una o dos veces al año, sino hasta cinco. A menudo conmemoramos sus fiestas: son los días en que ofrecemos nuestros cantos al Señor de los mártires. Los que allí van piden por la conservación de la salud o ser librados de sus sufrimientos; los esposos que no tienen hijos los piden; las estériles suplican llegar a ser madres; las que han recibido esta gracia rezan para que sus hijos crezcan sanos. Los que han de viajar a regiones lejanas ruegan a los mártires que los acompañen y los guíen por el camino. Los que tienen la satisfacción de regresar van a expresar su agradecimiento. Todas estas personas no invocan a los mártires como si fuesen dioses, sino que los invocan como hombres de Dios y les ruegan que sean sus embajadores. Pero cuantos suplican con fe obtienen lo que piden. De ello son una prueba los ex voto que atestiguan su curación. Unos ofrecen figuras de ojos; otros, de manos o pies; algunos los hacen de madera, otros de oro. En efecto, su Señor acepta también pequeñas cosas, dado que mide el voto por las posibilidades del que lo ofrece. Estos objetos están allí para atestiguar la curación, como recuerdo traído por los que han recuperado la salud. Proclaman el poder de los mártires que allí reposan, el poder que demuestra que su Dios es el verdadero Dios” (PG 83,1031-1032; SC 57,333-334).
Esta descripción se podría repetir para cualquier santuario mariano de nuestros días. Pero aunque completáramos la lista antes citada con algunos santuarios/peregrinaciones más, es evidente la ausencia de lugares sagrados marianos, aunque no falten en todos estos siglos testimonios de la piedad cristiana hacia la Madre de Jesús.
Tal constatación, sin embargo, parece encontrar correspondencia en las memorias o recuerdos de las peregrinaciones a Tierra Santa, a Roma ya otros lugares. En efecto, por los Itinera ad Loca Sancta conocemos todo lo que llamaba la atención del peregrino de los ss. IV-VII hacia María: la iglesia de Santa Ana en Jerusalén, donde habría nacido la Virgen; la casa de Nazaret, transformada en basílica; la fuente donde María cogía el agua (adviértase que en aquel pueblecito de Galilea otras dos iglesias estaban dedicadas a María). Antonio de Piacenza (h. 570) escribe que las mujeres de Nazaret son las más atractivas entre todas las mujeres judías y que esta belleza es un don de María. Destaca además su gentileza con los cristianos, en abierto contraste con el comportamiento de los hombres. El peregrino quedaba emocionado por los diversos recuerdos de Nazaret, Belén y Caná. Se afirma que en la basílica constantiniana de Jerusalén se conservan la cinta y el ligamentum que usaba la Madre de Jesús para sujetar sus cabellos. María habría preparado un paño de lino con las fórmulas del Credo recitadas por cada uno de los apóstoles y entretejido la imagen de su Hijo. Eran diversas las iglesias dedicadas a María: en Jerusalén, la basílica del monte Sión; otra en el Valle de Josafat; otra en Jericó, en donde la habitación de la meretriz Rajab, que acogió a los exploradores hebreos, habría sido transformada en oratorio, etc. (cf. CCL 176,571-572) [cf. María de Nazaret en este NDM].
Es evidente, por esta simple lista, el interés del peregrino por los lugares y recuerdos sagrados marianos de Tierra Santa. Pero, simultáneamente, hay que observar que, en la visita a los lugares santificados por Jesús, María es considerada en su unión con Cristo. No se puede negar la realidad de la peregrinación y de los lugares sagrados, pero tampoco se puede hablar aún de un movimiento autónomo de carácter mariano bien definido, por estar relacionada la visita con todos los recuerdos de Tierra Santa.

3. EL MUNDO BIZANTINO: RELIQUIAS, ICONOS, IGLESIAS. La aparición y desarrollo de los santuarios marianos presenta analogías, aunque cronológicamente retrasadas, con las peregrinaciones a los lugares sagrados de los santos. En la historia de este proceso adquieren notable importancia las reliquias y las imágenes de la Virgen, así como los milagros y las gracias atribuidas ala intercesión de la misma Madre de Dios.
Los peregrinos de Constantinopla que se dirigían a Tierra Santa muchas veces regresaban llevando a su patria reliquias más o menos auténticas (no hay que olvidar el valor relativo del término reliquias, como ya hemos dicho). Dos de estas reliquias referentes a María fueron particularmente honradas en Bizancio, incluso con celebraciones litúrgicas. Se trata de la zona (cinturón o banda pectoral) y del maphórion (velo), que habrían pertenecido a la Virgen. La zona fue llevada a Constantinopla por el emperador Arcadio (+ 408), colocada en la iglesia de Las Blaquernas y después, bajo el cuidado de Pulqueria (+ 453), en la iglesia de Calcoprateia.
El maphórion, según narra la leyenda, había sido conservado por una anciana judía que habitaba en una localidad de Judea, donde era objeto de veneración. Este velo fue sustraído con un subterfugio por dos oficiales del ejército bizantino y transportado a Constantinopla. Colocado primeramente en una pequeña capilla privada, el maphórion reveló su presencia por una serie de prodigios.
La fiesta de la zona, según el padre Jugie, está documentada desde comienzos del s. VIII; la del maphórion no se remonta por encima del s. IX. Por lo demás, en el s. X circulaba otra versión sobre el origen de esta reliquia. El p. Wenger, en cambio, sostiene que las reliquias eran objeto de culto desde el s. VI. No es posible en este artículo exponer ampliamente los diversos aspectos de la cuestión y mucho menos pretender resolverla (nota 10). Además, sobre el valor histórico de estas reliquias no faltan discordancias y perplejidades incluso en los autores de los ss. VIII y IX.
San Juan Damasceno (+ h. 749), citando la Historia Euthymiaca (PG 76,747ss), parece sostener que la ropa depositada en la basílica de Las Blaquernas es la encontrada en el sepulcro de María y regalada a Pulqueria por el arzobispo de Jerusalén Juvenal (PG 96,747B-750A). Juan de Tesalónica (primera mitad del s. VII) y Germán de Constantinopla (+ 733) afirman que en el sepulcro vacío de María fue encontrado sólo el sudario fúnebre (cf PG 19, 402 y PG 98, 369). A su vez, Andrés de Creta (+ 740) afirma que la tumba de la Theotókos fue encontrada vacía, que sus vestidos fúnebres no se conservaron y que en ninguna parte se les da culto (PG 97,1081D-1083A). Sobre las reliquias hablan también otros autores a partir del s. IX: Miguel Sincello (+ 846), Nicetas Paflagón (s. IX-X), José el Himnógrafo (+ 883), Juan Zonara (fin del s. XI o comienzos del s. XII), Eutimio Zigabeno (comienzos del s. XII), Teodoro II Láscaris (+ 1258), Miguel Paleólogo (+ 1425). Se trata de testimonios evidentemente tardíos.
Es indudable, sin embargo, que las reliquias de la zona y del maphórion fueron muy honradas en Constantinopla. Cada una tuvo su fiesta y su basílica y se les tributaban las mismas alabanzas que a la Madre de Dios. Por lo demás, la devoción de la capital del imperio de oriente a la Virgen fue muy viva: las iglesias a ella dedicadas fueron 125 (según se afirma), aunque no todas tuvieron la misma notoriedad.
En la devoción a la Virgen en Bizancio tuvieron gran importancia (junto a las recordadas reliquias), los iconos de la Virgen, característica que se encuentra en Egipto, en Roma y en todo el mundo cristiano. El fin de las representaciones marianas podía ser —sobre todo en el caso de los frescos— de carácter didascálico-decorativo, pero ciertamente no era el único. La cuestión de la veneración de las imágenes convulsionó a la Iglesia de Oriente desde 725 a 842 con la polémica iconoclasta. El occidente tuvo un eco menor. Fue originada por una defectuosa traducción de los textos del II Concilio de Nicea (787), que decidió restablecer, “junto a la cruz preciosa y salvífica, las santas y veneradas imágenes de nuestro Señor Jesucristo, Dios y Salvador, y las de nuestra Señora Inmaculada la santa Madre de Dios; las de los ángeles honorables y las de todos los santos y piadosos personajes” (MANSI XIII, 377-380). Sin entrar en detalles, esta simple alusión a la herejía iconoclasta demuestra la importancia adquirida por las imágenes sagradas y los homenajes que se tributaban a tales símbolos.
Famosos fueron en Oriente y en Occidente los iconos atribuidos al pincel de Lucas evangelista, considerados como retratos de María. Sin embargo, san Agustín afirmaba que no conocemos el rostro de la Virgen (De Trinitate VIII, vi, 7: CCL 50, 277). No obstante eso, algunos autores griegos nos informan de que Eudoxia (+ 404) durante su peregrinación a Jerusalén envió a Pulqueria (+ 453) un icono de la Madre del Señor atribuido a san Lucas. Fue expuesto a veneración pública en la iglesia de la Odigitria. No se puede demostrar que el evangelista fuera su autor, aunque este tipo de representaciones está muy difundido en la antigüedad. La Virgen sostiene al niño docente con su brazo izquierdo en posición natural. El icono regalado por Eudoxia a Pulqueria originariamente habría sido regalado por Lucas a su amigo Teófilo; la tabla habría sido después completada por manos angélicas. Sin embargo, las distintas fuentes más antiguas no nos permiten formular conclusiones indiscutibles. La imagen de la Odigítria, que pasó por diversas manos y lugares, fue llevada en procesión triunfal durante el asedio de Constantinopla en 717 y también al regreso de Miguel VIII Paleólogo (+ 1282) a Bizancio al frente de los cruzados. En 1453, durante el último asedio de la capital bizantina, la iglesia de la Odigitria fue saqueada y el icono destruido.
Además de las iglesias marianas ya citadas, era famosa en Constantinopla la iglesia de Santa María de la Fuente. Estaba en las afueras de la ciudad y fue edificada en la segunda mitad del s. V y renovada en el VI por Justiniano (+ 565). Allí se veneraba una imagen de la Virgen en actitud orante, con el niño delante de sí; el grupo aparecía como aflorando de una concha de aguas milagrosas. Esta iglesia sufrió graves daños por terremotos, saqueos y devastaciones, especialmente durante el asedio de Constantinopla en el s. XV. Las peregrinaciones están claramente atestiguadas en los ss. XIV y XV cuando los peregrinos rusos iban al santuario a venerar la imagen, beber agua y lavarse. ¡Una verdadera y auténtica Lourdes del medioevo! (nota 11) Adamano, hablando de las cosas que vio en Constantinopla, en el aspecto mariano recuerda sólo un icono que había sido profanado y que estaba custodiado en casa de un particular (De locis sanctis III, iiii, v: CCL 176, 233).
Por esta breve mirada sobre el mundo bizantino, sus iglesias, sus reliquias y sus imágenes, se ve lo complejo que es el estudio de la piedad mariana de Constantinopla. Una investigación reciente afirma que en la vida religiosa de la ciudad, a fines del s. VI, la Virgen tenía un puesto predominante. María era invocada como mediadora; estamos en una época en la que se siente la necesidad de una poderosa intercesión. Cuando la sociedad intenta reintegrarse, la Virgen, a través de la idea de mediadora, se convierte en un símbolo perfectamente adecuado de la fe en una unión total de cuerpo y espíritu, última garantía posible en la búsqueda de seguridad y protección. Estimo, por tanto, que se necesita una ulterior y más cuidadosa profundización; sólo después de esta investigación se podrá tener una visión más clara y determinar los diversos aspectos de esta piedad mariana. Los distintos lugares sagrados, ¿eran visitados sólo por los habitantes de la ciudad o también venían desde países más lejanos? El Liber Pontificalis nos habla de una participación en la procesión a Las Blaquernas del papa Agatón (678-681) (Liber Pont., ed. Duchesne, I, 351). Cualquiera que sea la respuesta que se dé al interrogante, es evidente que la manifestación de culto a la santa Madre de Dios tiende a vincularse también a objetos particulares (reliquias, iconos) y a lugares sagrados.

La investigación habrá que extenderla igualmente a otras partes del mundo oriental cristiano. Sólo para Egipto se pueden utilizar los estudios del citado Giamberardini. En el país del Nilo los iconos aparecen hacia fines del s. IV, mientras que la documentación para los ss. V y VI es relativamente abundante. El ilustre estudioso franciscano describe nada menos que 26 imágenes esparcidas por varias iglesias coptas y por los museos del mundo.
Pero acerca de las otras regiones no disfrutamos, por desgracia, de investigaciones debidamente documentadas. Las indicaciones que se encuentran en algunos autores para Siria, el Líbano, etc., son totalmente insuficientes. Los textos citados por los bolandistas en las distintas series de la Bibliotheca hagiographica (griega, oriental, latina) se refieren a algunas imágenes veneradas en localidades del cercano oriente; pero se trata de una documentación difícilmente accesible, porque en buena parte está todavía inédita.

4. ROMA: IMÁGENES E IGLESIAS. De oriente pasamos a occidente, y en particular a Roma. Los peregrinos que llegaban a la ciudad eterna visitaban, según manifiestan los diversos ltinera (CCL 176,281-343), las iglesias de Santa María ad Praesepe (Santa María la Mayor), Santa María en Trastévere, e

sábado, 19 de abril de 2008

SIIMPOSIO MARIOLÓGICO

25, 26 Y 27 DE SEPTIEMBRE 2008

de las 9 a las 13 hrs. y de las 16 a las 18 hrs.

María en el documento conclusivo del V encuentro del CELAM

en Aparecida y en el magisterio del Papa Juan Pablo II.

Lugar: Auditorio Miguel Darío Miranda

Arzobispado de México

Durango 90, col. Roma

Temática:

  1. Contornos del encuentro del Episcopado en el santuario de “Aparecida”. Fr. Felipe M. Mariscal Chávez, OSM

  1. Realización del encuentro del CELAM (P. González Escoto) -UNIVA, Guadalajara)

  1. Fundamentos cristológicos y eclesiales del documento conclusivo de “Aparecida”. (P. Ezequiel Solano)
  1. Textos marianos del documento de “Aparecida”. ( Fr. Miguel Ángel M. Delgado osm)

  1. Magisterio mariano del Papa Juan Pablo II. (Dra. Dejanira Flores)

  1. La consagración mariana y la piedad hacia la Madre de Dios en Juan Pablo II. (Fr. José Luis M. Marín)

  1. Testimonios de participante al encuentro de CELAM Aparecida 07. (Obispo )

  1. Exposición iconográfica (P. Blancas - fr. Javier M. Hernández)

  1. Concierto mariano

jueves, 17 de enero de 2008

CON MARÍA: A LA ESCUCHA DEL MUNDO DE HOY

CON MARÍA:

A LA ESCUCHA DEL MUNDO DE HOY

Fr. Clodovis M. Boff osm

No es difícil saber cuales son los clamores que el mundo actual dirige a la Orden. Esos son muy claro, como veremos ahora. Digamos, sin embargo, que lo que más importa es la manera de considerarlos, es la perspectiva para comprenderlos. Ahora, queremos aquí ponernos a la escucha del mundo según nuestra propia óptica. Nuestras referencias serán aquí, además de la Escritura, los elementos que definen el carisma servita: las Constituciones, el ejemplo de los Siete, el documento de preparación sobre las prioridades de la Orden y, de una manera concentrada, la figura de Santa María.

Queremos preguntarnos: ¿Cómo María ve nuestro mundo? ¿Con que ojos? Ciertamente con los ojos de Creyente, que son los ojos de Dios mismo; con ojos de Madre misericordiosa, llenas de compasión y amor por nuestro mundo; con ojos de Sierva, pronta a intervenir para llevar socorro a todos los que sufren; con ojos de mujer profética y liberadora, como se ha manifestado en el Magnificat. Es como si la virgen, aparecida una vez a los Siete Fundadores, nos apareciera aún hoy, para transmitirnos un mensaje que sea adecuado a nuestro tiempo.

Asumiendo la perspectiva de María, queremos alejarnos de una aproximación demasiado objetivista , de tipo sociológico, de nuestro mundo, para adoptar un acercamiento mas bien comprometedor. Dado que el mundo es siempre el “mundo de alguien” (cf. Heidegger), nuestra visión será subjetiva, parcial, pero abierta a ulteriores profundizaciones. Buscaremos ofrecer un primer esbozo sobre la situación actual del mundo, que será inmediatamente retomado y completado por cada fraile y después por todos.

Identificamos tres grandes clamores que el mundo actual dirige a la Orden:

  1. Clamor de sentido – contra la desorientación existencial;
  2. Clamor de solidaridad – contra la pobreza global;
  3. Clamor de paz – contra la lógica de la violencia.

I. CLAMOR DE SENTIDO:

CONTRA LA DESORIENTACIÓN EXISTENCIAL

A) Situación “espiritual” de nuestro tiempo

La civilización moderna es la única que se ha desarrollado sin las bases religiosas. Es una civilización esencialmente “secularizada”: funciona etsi Deus non daretur. El resultado lo estamos sintiendo ahora: desencanto, vacío existencial, pérdida de referencias centrales, con el ejército de las “enfermedades modernas”, como depresión, melancolía, angustia, stress, etc.

En reacción a esta situación dramática, se siente por todas partes de nuestro tiempo, llamado por algunos de “post-moderno”, una solicitud afanosa de sentido de la vida, una aguda inquietud religiosa, una ardiente hambre y sed de Dios, así que, se puede decir, con el Papa que la “generalizada exigencia de espiritualidad” se ha convertido hoy en un verdadero “signo de los tiempos” (cf. JP II, Tertio millennio ineunte, 33; CELAM, Documento de Santo Domingo, 147). Amós, el profeta, parece haber previsto y descrito el espíritu de nuestro tiempo:

“Vienen días, oráculo del Señor, en que yo enviaré el hombre a este país, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra del Señor. Irán tambaleándose de mar a mar, del norte al este andarán errantes, buscando la palabra del Señor, y no la encontrarán.” (Am 8, 11-12).

Se pudiera decir, parafraseando a Cristo: “No de pan solamente vive la sociedad, sino de cada palabra que sale de la boca del Señor” (Mt 4,4). La crisis actual del mundo moderno es solamente económica o política. Es una crisis más profunda, que lo golpea en lo más íntimo del corazón, es decir, en su núcleo de valores e ideales. Es, en resumen, una “crisis de civilización”. El hombre postmoderno se siente como el “hijo pródigo”, que se ha alejado de la casa del Padre y se siente “huérfano de Dios”. Hoy parece que se ha decidido regresar a casa (cf. Lc 15, 17-20). Es el significado de la New Age y de las diversas formas de la “nueva conciencia religiosa”.

Las respuestas que se dan a la actual crisis de sentido son a menudo ambiguas e ilusorias, como:

  1. el neo-hedonismo según la cual se busca llenar el vacío interior con las “pequeñas felicidades” que ofrece la vida de cada día. Es la forma del viejo carpe diem, de igual con la actual sociedad consumista, de la cual, además, los jóvenes, con su reivindicación de “todo-ya”, son las principales víctimas y al mismo tiempo los cómplices;
  2. la charlatanería de las corrientes religiosas que proponen, como base para construir el sentido de la vida, no la “roca” de verdad e ideales sólidos, sino la “arena” de modas pasajeras, experimentos místicos o recetas (Mt 7, 24-27). El profeta Jeremías expresa bien esta situación:

“Me han abandonado a mí, fuente de agua viva, para construir cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (Jr 2, 13).

B) Nuestra respuesta a la “crisis de sentido”

¿Cómo podemos responder al clamor de las personas que se sienten perdidas, sin una brújula que de una dirección, un norte, a su vida? ¿Cómo llevar a aquellos que están en la búsqueda de una experiencia religiosa que les de un “todavía existencial”?

Retorno a lo esencial

Frente al desafío del sentido estamos llamados a hacer “retorno a lo esencial”, a reencontrar las fuentes, a apoyarnos sobre un fundamento que ofrezca solidez existencial y a la historia. A este punto se levanta la voz de Pablo: “En cuanto al fundamento, ninguno puede poner otro, además de aquel que se nos ha dado: Cristo Jesús” (1Co 3, 12). La voz de Pedro tiene el mismo sonido: “Señor, ¿a quien iremos?” Tu (solo) tienes palabras de vida eterna!” (Jn 6, 68).

La Virgen, en sus grandes Apariciones, ha invitado sin cansancio a la humanidad a la conversión, al cambio de dirección. En síntesis, su llamada es: “Regresen al Hijo mío!” ¿No es esto el kerigma, el corazón del mensaje cristiano? Dentro de nuestro mundo atareado y al mismo tiempo desorientado, resuena la grave palabra del Maestro: “Una sola cosa es necesaria!” (Lc 10 42). Ahora el unum necessarium es Cristo mismo, con su Evangelio y su Reino.

En otras palabras, la situación histórica misma nos estimula a re-centrar la vida en Dios y en su amor: “Escucha...: El Señor Dios nuestro es el único Señor: amarás pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón... y amarás al prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que estos” (Mc 12, 29-30). El imperativo primordial para nosotros hoy es restablecer el “primado de Dios” y de su gracia (JP II TMI, 38), y de ello la Consagración religiosa, como afirma el Vaticano II, es un signo eminente (cf. LG 44,3).

Estamos hablando aquí, en concreto, de espiritualidad, que es el arché, el principio, de toda nuestra vida, sea comunitaria, que apostólica.. Sin una profunda renovación espiritual no hay esperanza de encontrar un auténtico camino de salida a la “crisis cultural de proporciones inimaginables”, que vive los (post-) modernos (JP, ap. CELAM DSD 230). Es propio en la línea del encuentro con Dios, fuente última de sentido, que se sitúa a nuestro parecer, la principal contribución que nosotros podemos ofrecer a mundo de hoy.

En efecto, la cuestión religiosa hoy no es solamente antropológica, sino se ha convertido en una verdadera “cuestión social”. La cuestión de Dios no se limita más a la esfera privada, sino tiene innegables vueltas en la esfera pública.

María de Nazaret: Mujer del Espíritu

A este propósito es extremadamente relevante, para los Siervos, elevar los ojos al eminente ejemplo de santidad de María. Ella se muestra ante todo – antes aún de ser Madre de Dios- como la “mujer de fe” por excelencia, toda “plasmada del Espíritu Santo y hecha nueva criatura” (LG 56). Ella es alabada por los fieles como el receptáculo desbordante de espiritualidad: vas spirituale!

La primera y última de las escenas del NT que se refieren a la Virgen de Nazaret nos hacen ver su relación puramente teologal, o sea, directamente dirigida a Dios. La primera escena la Anunciación (Lc 1, 26-38), nos la presenta como la virgen de la escucha y la respuesta incondicional a la Palabra divina. La última escena, la de los Hechos (Hch 1, 14), nos la muestra en medio de los Discípulos, como el icono sumo de “creatura orante” (Const. OSM, 24).

Existe una tercera escena evangélica, instructora para el hombre moderno, que experimenta la “pérdida” de Dios y de su misterioso “encanto”. Es la de María a la búsqueda del hijo perdido (Lc 2, 44-45). Es significativo el hecho que Ella no lo encuentre “entre los parientes y conocidos” (v. 44), es decir en plano de la inmanencia, donde lo sorprende discutiendo sobre las “cosas del Padre”.

¿Qué somos nosotros Siervos, sino los “testigos de los valores humanos y evangélicos representados por María” (Const. OSM 7)? Se podría decir también que somos en el mundo el “sacramento” de la Madre del Señor o su “presencia prolongada” en la historia (cf. Id., 73). Si María representa en la Iglesia lo que constituye su corazón, es decir. la estructura de santidad (“estructura mariana” de la Iglesia, diferente de la “estructura petrina”, aquella del poder: von Balthasar), se podría entonces pensar en el lugar del Siervo en la Iglesia es igualmente lo de ser existencialmente un signo de gracia y amor, y no tanto del poder, sea eso jerárquico.

En la estela de los Siete

En lo que se refiere a la búsqueda de Dios, tenemos todavía el ejemplo luminoso de los Siete. Ellos, después de una primera experiencia de vida juntos, han sido invitados por la gloriosa Señora a subir a Monte Senario. ella quería acercarlos todavía profundamente a Dios y al mismo tiempo revelar su misión de grupo (cf. LO 40). Es notable a todos nosotros que el testimonio de vida evangélica de los Siete, por su fuera de irradiación, era como un sonido o un perfume que atraía las multitudes a Cristo:

“Mucha gente, sintiendo el sonido y el perfume de su vida santa y virtuosa, con profunda piedad según las líneas y aspiraba ardientemente de ir al lugar de donde provenían un sonido y un perfume tan intenso. En este monte pues, iban muchos... diciéndose: ‘Rápido, pues, pasemos a este monte Sonoro y monte Perfumado de Dios” (LO 45).

Así fue, por otra parte, también para los Apóstoles: Jesús los eligió y los “llevó solos, aparte, en una montaña alta”, para mostrarles su rostro transfigurado (cf. Mc 9, 2-3). Por eso el Tabor es en la tradición antigua el icono de la vida contemplativa (JP II, Vida consagrada 14). Fue igualmente así para Elías: el Señor lo atrajo en el monte Horeb, par revelarle su presencia en el “murmullo de una brisa suave” y para investirlo de una grave misión (1Re 19, 12).

Todas estas referencias convergen en el indicar nuestra tarea primordial hoy: la de ser hombres nuevos: teo-centrados, serenos, acogedores y generosos. Esta es, según nuestro parecer, la solicitud que nos lanza al mundo post-moderno, en su búsqueda de sentido. Para responder a esta llamada, nuestras comunidades deberán ser siempre más lo que propone el número que abre nuestras Constituciones, los cuales seis elementos constitutivos adquieren un significado particular cuando leídos a la luz de las solicitudes de los hijos del pos-moderno. Recordémoslos:

  • “Somos una comunidad de hombres reunidos en el nombre del Señor Jesús”,
  • “movidos por el Espíritu Santo”,
  • “comprometidos en dar testimonio del Evangelio”
  • viviendo en “comunión fraterna”
  • puestos al “servicio de Dios y de los hombres”
  • e “inspirados constantemente a María, Madre y Sierva del Señor” (Const. 1)

¿Existe otro cuadro ideal más comprometedor y simultáneamente más relevante para nuestro tiempo?

Sugerencias prácticas

Para responder concretamente a la urgente solicitud de espiritualidad, se imponen algunas mediaciones. Ante todo, se necesitaría rescatar aquellas condiciones personales e institucionales que favorezcan el encuentro individual y comunitario con Dios y con su Misterio:

  1. En primer lugar, el Silencio. Este es un valor subrayado por las Constituciones (nn. 16/a, 31 y72). En el seno del ruido de las ciudades modernas, ¿cómo es posible aún percibir al Dios que habla hoy? Para nuestro p. Turoldo, la nuestra es “época del ruido, en el cual va faltando más la contemplación. Hacer silencio, en cambio, quiere decir descubrir el Misterio” (Pronzato/Sois, Padre Turoldo: il coraggio di sperare, Ferrari Elusone 1991, p. 88).

2. Por lo tanto la Soledad, que no es aquella vacía, cerrada en el aislamiento, sino llena de Dios y poblada de todas las presencias de la communio sanctorum. Soledad: condición de todo verdadero encuentro: “Yo la seduciré y la llevaré al desierto y allí le hablaré al corazón” (Os 2, 16).

3. Finalmente, la Clausura. Es la correspondencia reducida de la antigua anachoresis, condición concreta para encontrar la hesychia (quietud), que consiente al Misterio de irrumpir y brillar en el corazón de sus buscadores.

Además de estas condiciones, existen aquellas prácticas que la tradición espiritual ha canonizado y que consisten en la trípoda: palabra, meditación y oración.

  1. Palabra. El Siervo deberá comprometerse íntimamente de la Palabra de Dios, crear una profunda familiaridad con ella, al ejemplo de los Padres de la Iglesia, de los antiguos Monjes y de los grandes Místicos. También en este sentido, disponemos de oportunas indicaciones en nuestras Constituciones (nn. 3,6, especialmente 24/b y 166).
  2. Meditación. El hecho que hemos casi olvidado como aprendimos el arte de meditar. Hemos caído bajo la influencia de la ideología del activismo del mundo moderno. Nos hemos alejado de la gran tradición religiosa, concentrada en la ruminatio de la Palabra y en el esfuerzo de pacificación de las energías interiores. Y sin embargo, en este punto, las Constituciones nos dan valiosas indicaciones (nn 78,80 y especialmente 31/a). Por otra parte, la sagrada Escritura está llena de llamadas a la meditación contemplativa, como cuando recomienda: Vacate et videte, quoniam ego sum Deus: Párate y reconoce que Yo soy Dios (Sal 46, 11). Esto es igualmente un tema que recurre Isaías, como cuando habla de las “aguas de Siloé, que recorren dulcemente” (Is 8, 6); o cuando amonesta: “En la calma y en la confianza esta su fuerza, pero no quisiste saber nada” (Is 30, 15).
  3. Oración. Esta se identifica con la espiritualidad misma, porque constituye su núcleo más claro y concreto. El mundo de hoy espera que seamos hombres “espirituales” (pneumatikoi). Quiere ver en nosotros ante todo, “seres de oración” o sea, gente que no solamente “hace oración”, sino que es, de cualquier manera, “convertida en oración”, como se dice de s. Francisco (Vita II, n. 95). Cuantos de nosotros tenemos necesidad de aprender el “arte de la oración”, que “no tiene que darse por descontado” (GPII, TMI, 32). Precisamente sobre este punto la pertinente recomendación de las Constituciones:

“Es esencial que el fraile se comprometa seriamente en el progresivo descubrimiento del valor y la necesidad de la oración. Se le dé la posibilidad, mediante la instrucción y la realización de experiencias diversas, de llegar a apreciarla adecuadamente...” (art. 113).

Espiritualidad en el ámbito comunitario.

El compromiso para una renovación espiritual que esté a la altura del “desafío gigantesco” del sentido (CELAM, DSD, 230) debe extenderse sin duda, también a nivel comunitario. Sin embargo, sin la oración ostio clauso (Mt 6,6), aquella “de dos o tres” (Mt 18, 19-20) termina por perder espesor. El nivel medio de la espiritualidad comunitaria depende directamente del nivel espiritual del fraile, como los hilos de una red eléctrica serán más altos cuanto más se elevan los postes que los sujetan.

En el ámbito comunitario la espiritualidad presenta también un trípoda esencial:

  1. La Eucaristía, que como celebración del Misterio pascual y por lo tanto, núcleo de toda espiritualidad comunitaria y eclesial, deberá convertirse siempre más el “culmen” y “fuente” de la vida fraterna y apostólica (cf. SC 10).
  2. La Lectio divina, que sostenida y enriquecida por la nutrición personal cotidiana de la Palabra ayudará a la comunidad a confrontarse con ella, para convertirse así, en una manera creciente, una comunidad que “vive de la Palabra de Dios” (Mt 4,4)
  3. El Capítulo, que deberá recuperar su original espesor evangélico a través del intercambio fraterno del camino espiritual de cada uno, la participación del perdón y el discernimiento de fe sobre los varios problemas que la comunidad tiene que afrontar.

Indicaciones práctico-pastorales,

¿En el ámbito pastoral, qué podemos ofrecer al mundo en su búsqueda de experiencia religiosa? Primeramente, nuestro testimonio de “hombres del Espíritu”. La espiritualidad, cuando esta viva, es ya, de por sí y en sí, una energía potente de luz y de vida para los demás. Es la enseñanza de los Siete en el Monte:

“Nuestros Padres, que también se encontraron ya lejanos; suscitaron en la gente, con el perfume de su fama, un sentimiento de amor y de devoción, mucho más de lo que fueron resucitados a hacer cuando estaban en un estrecho contacto con el pueblo” (LO 45).

Hablando de los Consagrados la Lumen Gentium enseña que su vida espiritual tiene, por sí misma, una profunda resonancia social, actuante en el curso de la historia. Los Religiosos llevan a los hermanos y sus clamores “de una manera más profunda en la intimidad de Cristo” (LG 46,2). Jesús quiere que, a través de la santidad de vida y de las “buenas obras”, sus discípulos fueran la “luz del mundo”, o sea “ciudad sobre el monte” y “lucerna en el candelabro” (Mt, 5, 14-15).

Pasando ahora directamente al nivel de la actividad pastoral, el hombre post-moderno, espiritualmente inquieto, parece que espera de nosotros, de una manera especial dos servicios: el kerygma y la mistagogía.

  1. Kerigma. Debemos ante todo hacernos capaces de transmitir a los post-modernos el primer anuncio de Cristo, el Salvador. Cada fraile debe sentirse heraldo del núcleo central de la buena nueva: el kerygma. La palabra esencial que el mundo hoy espera de nosotros es la Palabra del Cristo resucitado. Solamente después de esta palabra y apoyados en ella podemos hablar también de los dogmas, sacramentos y deberes morales.
  2. Mistagogía. Después del kerigma, debemos también ser capaces de lanzar los actuales “buscadores de sentido” a un encuentro verdadero con el Dios vivo. Se trata propiamente de iniciar a las personas a la experiencia del Misterio, a través del estudio de las principales prácticas espirituales: escucha de la Palabra, la oración y meditación. Se puede preguntar, cuantos de nosotros poseemos ya el arte de los mistagogos – aquella capacidad fina de acompañar a los buscadores de Dios en su camino interior, especialmente inquieto el hombre post-moderno. En este sentido ¿no debemos preocuparnos más en el adquirir una “competencia profesional” en el ámbito de la dirección de los espíritus?

En todo caso, solamente si somos hombre llenos del fuego del Espíritu tenemos las condiciones de realizar adecuadamente la diaconía del kerygma y de la mistagogía. Efectivamente, ¿Cómo iluminar si no se brilla? ¿Cómo recalentar si no se arde? Hoy, son sobre todo los jóvenes que tienen necesidad de este servicio específico. Siguiendo este camino, es más probable que podamos despertar vocaciones para la Orden y por sus tareas vitales en la Iglesia y en mundo.

II. CLAMOR DE SOLIDARIDAD:

CONTRA LA POBREZA GLOBAL

A) Situación socio-económica del mundo

Hambre de Dios, sí, pero también hambre de pan. La miseria existencial hoy va junto con la miseria material. Mas bien, esta última es, en gran parte, efecto de la primera. En efecto, son hoy en el mundo más de un millar aquellos que gritan hambre porque “aquellos que tienen riquezas de este mundo, viendo sus hermanos en necesidad, les cierran el propio corazón (1 Jn 3, 17).

Es notable por todos que jamás como hoy el abismo entre ricos y pobres es muy grande. El desarrollo tecnológico ha llevado a un progreso inmenso, en ventaja sin embargo de pocos, permaneciendo excluida la gran mayoría. El actual mundo globalizado es la reproducción macroscópica de la parábola del Rico y del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31). La pobreza global es tan desmedida que nos hace insensibles y, pero aún, subyugados por un tremendo sentido de impotencia. No podemos empero, desalentarnos, porque “allá donde abundó el pecado, ha sobreabundado la gracia” (Rom 5, 20).

También esto ve María en nuestro mundo. Ella, como muestra el Magnificat, ve la existencia de los “potentes en sus tronos” junto a los “humildes” y a los “hambrientos”. La Mater misericordiae no puede ciertamente rechazar el “grito de los pobres (Sal 9, 13; Job 34, 28; Prov 21, 13): Nostras deprecationes ne despicias in necessitatibus (Ant. Sub tuum praesidium). Es un grito que irrumpe desde sus múltiples necesidades: pan, salud, casa, conocimiento, seguridad, trabajo y sobre todo de reconocimiento y .dignidad

María, como persona de ojos abiertos y penetrantes, cuando mira al mundo de hoy y el modo como esta organizado, distingue ciertamente también las raíces estructurales de la actual situación de abandono y exclusión. Sed a periculis cunctis libera nos semper (Id). La Madre del Mesías liberador esta llamada a liberarnos también del “pecado social”. Por otra parte, en su himno de liberación, Ella habla de los “soberbios en los pensamientos del corazón” (Lc 2, 51b). Ahora bien, la expresión “pensamientos del corazón, es traducida hoy por muchos exegetas (a través de su retroversión hebrea) como “proyectos, “tramas” “maquinaciones”. Este significado se acerca a la idea moderna de “estructura de pecado”.

La Liberatrix por excelencia nos enseña así a denunciar y a combatir, a su nivel propio, es decir, políticamente, el “pecado estructural”, que asume hoy dimensiones globales.

Efectivamente, el sistema neoliberal, muchas veces condenado por el Magisterio (por ejemplo GP II Ecclesia in América, 56,2), favorece, por su dinámica perversa, una tecnología elitista, un mercado estrecho y una globalización excluyente. Además, la Mujer del Magnifica es para los Siervos el gran Icono de solidaridad con los excluidos del mundo y con su “liberación integral” (Const. OSM, 77).

B) Como responder con María al “grito de los pobres”

María, en su canto mesiánico, anuncia la “revolución divina”: “Dios derriba de sus tronos a los poderosos y enaltece a los humildes. Colma de bienes a los hambrientos y a los ricos los despide sin nada” (Lc 1, 52-53). La óptica de María es pues, la de Dios mismo, cuyo brazo se reviste de fuerza (krátos) y su corazón esta lleno de misericordia (éleos) (cf. Lc 1, 51.50).

Así pues, cada situación humana, cuando es vista en la perspectiva del Dios del Magnificat, encuentra siempre salida. “Para Dios nada es imposible” dice el ángel a María de Nazaret. Su maternidad virginal es al mismo tiempo signo y fruto de una incondicional (cf. Lc 2, 45) y una “esperanza contra toda esperanza” (Rom 4, 18). Por eso, también los pobres, y nosotros con ellos, podemos retomar a esperar y a luchar por un mundo nuevo, figura del Reino.

Igualmente a este propósito, las Apariciones del Virgen son para nosotros una enseñanza. En ellas la Madre de Dios, además de invitar a regresar a Dios, promete su socorro lleno de compasión a favor de los que sufren. Los muchísimos exvoto, expuestos en todos sus santuarios, dan testimonio como la Misericordia se ocupa de todas las necesidades, pequeñas y grandes, materiales y espirituales. Los santuarios marianos surgen en el mundo como lugares de curación de los cuerpos y de las almas. El Pueblo de Dios, especialmente el ejército de los “pequeños”, conoce bien el poder liberador de la Madre. Por eso, eleva el clamor: Sucurre cadenti, surgere qui curat populo (Ven en ayuda del pueblo que cae y quiere levantarse) (Ant.. Alma Redemptoris Mater).

Desconfiados por las situación de miseria creciente, ¿qué podemos hacer nosotros, Siervos de la Virgen gloriosa? Podemos, como Ella, adoptar dos formas de solidaridad: una actitud interior de misericordia y una práctica concreta de justicia.

1) Actitud interior de misericordia

Semejante a la Dolorosa, los Siervos vivirán la actitud de misericordia bajo la forma de una presencia de consuelo y esperanza “a los pies de las infinitas cruces” de los pobres, que se levantan en los cruceros del mundo globalizado (cf. Const. OSM, Epílogo, 319):

  • cruces de desocupados y marginados,
  • cruces de extranjeros y extracomunitarios,
  • cruces de mujeres discriminadas y maltratadas,
  • cruces de niños abandonados y violados,
  • cruces de jóvenes toxico dependientes y sidosos,
  • cruces de ancianos descuidados y solitarios.

Se trata, sin embargo, de una presencia activa, de una compasión transformadora, que se expresa como veremos de inmediato, en servicios muy concretos. También, la “diaconía de la misericordia” va siempre revestida de un espíritu “de compasión”, que nos haga capaces de dejar traspasar en el corazón, como María de Nazaret, por la “espada” del sufrimiento de los pobres de este mundo (cf. Lc, 2, 35). Sólo así nuestra caridad será verdaderamente “cualificada” y llevará el sello servita.

Sin embargo, se llega más fácilmente a una misericordia activa cuando un fraile “se hace uno del pueblo” (Const. OSM 96), haciéndose, según la enseñanza de Cristo, “pobre con los pobres” (cf. 2 Cor 8, 9). Esta vocación, aunque si constituye carisma de solamente pocos frailes, tiene que contar con el apoyo y estímulo de todos los hermanos (cf. Id., 90).

2) Práctica concreta de justicia

Los millones de hermanos y hermanas excluidos piden de nosotros, además de un corazón misericordioso, también manos que construyan un mundo de justicia y solidaridad. Según el ejemplo de la Virgen de Nazaret, debemos también nosotros “levantarnos y partir de inmediato hacia las montañas” (Lc 1, 39), donde viven los pobres, con la finalidad de llevarles promoción y liberación. Se trata aquí de un servicio que sea verdaderamente eficaz, como fue el de María de Nazaret con Elizabet (cf. Lc 1, 56) y las bodas de Caná (Jn 2, 1-5).

Los servicios que podemos ofrecer a los pobres son:

  • servicios directamente sociales, como aquellos a favor de los desocupados, extranjeros, minusválidos, jóvenes desorientados, mujeres explotadas, niños abandonados, etc.;
  • y también servicios apostólicos en general, incluso aquellos parroquiales, para que también ellos sean susceptibles de expresar una preocupación social.

Debemos, empero, ser conscientes que la solidaridad concreta hacia los pobres se realiza según lo mas posible “estilo servita”. Lo que implica varias cosas, especialmente:

  1. la inspiración mariana de nuestro trabajo. Tenemos aquí algo que hacer con una inspiración hecha de misericordia, humildad, mansedumbre y paciencia” (Ef 4, 2), aún de gratuidad, valentía y especialmente de creatividad. ¿No se anuncia hoy “la hora de una nueva fantasía de la caridad”, proclamada por Juan Pablo II (TMI 50)? En este sentido, nuestras Constituciones abren espacio precisamente para “nuevos tipos de servicio” (Const. OSM, 76 b) y también a “expresiones de vida diferentes de aquellas en acto” (Ib., 78);
  2. la utilización de métodos participativos. Ello significa que debemos preferir siempre formas de actividades de conjunto, aptas a involucrar a los jóvenes, mujeres y laicos en general, así como otros entes de promoción humana. Es precisamente nuestra “pobreza institucional”, sea numérica que económica, que nos lleva a establecer relaciones de partnership con entes de gobierno, ONG y otras instancias semejantes. Todo el cap. XII de nuestras Constituciones (nn. 79-94) insiste fuertemente sobre el carácter “comunitario”, en el sentido más amplio del término, de nuestro trabajo apostólico y social. En este sentido es de gran relevancia para nosotros la mística del Cuerpo de Cristo, donde cada miembro actúa siempre en sinergia con el otro:

A él se debe que todo el cuerpo, bien cohesionado y unido por medio de todos los ligamentos que lo nutren según la actividad propias de cada miembro, vaya creciendo y edificándose a sí mismo en el amor” (Ef 4, 16).

Se espera que el testimonio de amor diaconal y liberador en pro de los últimos, especialmente cuando se realiza en estrecha colaboración con los jóvenes, tenga en ellos un fecundo impacto vocacional.

II. CLAMOR DE PAZ:

CONTRA LA LÓGICA DE LA VIOLENCIA

A) Situación socio-política del mundo

¿Mirando nuestra tierra de lo alto, qué mas ve todavía santa María Virgen? Ve ciertamente la violencia propagarse, sea en forma de terrorismo , la de la guerra y al mismo tiempo, la codicia general de seguridad y paz. Cada uno ha entrado en el III milenio llevando en el corazón “pensamientos de paz” y en espera que se inaugure finalmente una “era de paz”. ¿Qué ha sucedido? Los siniestros atentados del 11 de septiembre pasado y las siguientes retorsión militar han revelado un insospechado potencial de odio y violencia presente en el mundo, poniéndonos dentro de la vieja “lógica de la violencia”, que se creía que ya estaba superada.

Se sabe, desde algún tiempo, que la conocida “espiral de violencia” se fundamenta sobre una forma elemental, la “violencia estructural”, que consiste hoy en la exclusión social sistemática. Esa pues, provoca la “violencia revolucionaria”, o bien la del “terrorismo”, las cuales a su vez, suscitan la “violencia represiva” o “de represalia” por parte del Estado, el cual levanta la reacción de la segunda violencia, agravando la primera. Así el círculo infernal de la violencia continua a girar, sembrando dondequiera odio y muerte. Ahora bien, mientras domina la lógica de una globalización no solidaria, sostenida por un desenfrenado ultra-liberalismo, suscitan las condiciones que amenazan el orden mundial y conspiran contra la paz consistente.

Para profundizar este desafío y aportar a ella respuestas de fondo, lo que hemos sugerido sobre el compromiso espiritual (primer clamor) y sobre el trabajo social (segundo clamor) es ya relevante. Debemos sin embargo, ser aquí un poco más precisos.

B) Nuestra respuesta al desafío de lo violencia

¿Cómo responder, pues, con María, a la solicitud urgente de paz en la era de la globalización? Con base en el Evangelio y a nuestro carisma de Siervos, estamos invitados a aferrar, por así decirlo, con las dos manos y levantar, en medio de la gente, la bandera de la paz Se trata pues, de una paz radicada en el respeto, justicia y amor, que tiene su último fundamento en Cristo, como lo explica la carta a los Efesios:

Porque Cristo es nuestra paz. El ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de enemistad que los separaba... El ha reconciliado a los dos pueblos con Dios uniéndolos en un solo cuerpo por medio de la cruz y destruyendo la enemistad. Su venida ha traído la buena noticia de la paz: paz para ustedes los de lejos y paz también para los de cerca...(Ef 2, 14-17).

Crece hoy la convicción que la paz es vista nos solamente como proyecto, sino también como proceso, no como meta, sino como camino y estrategia. Superando la vieja dinámica que enseña: si vis pacem pare bellum, se necesita en cambio afirmar: “si quieres la paz, prepara la paz”. La “espiral de la violencia”, que se quiere enlazar a la ética del viejo testamento del “ojo por ojo”, deberá ser rota, no solamente en las relaciones entre personas, sino también entre los pueblos. Es bueno aplicar también en el ámbito público, como han insistido los romanos Pontífices, el “evangelio de la paz”, incluso las comprometedoras palabras de Cristo:

“Pero yo les digo que no enfrenten al que les hace mal; al contrario, a quien te abofetea en la mejilla derecha preséntale también la otra... Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen” (Mt 5, 39.44)

La Paz: componente del carisma OSM

En esta tarea, santa María, como Madre de la Vida y Reina de la Paz, es para nosotros los Siervos grandísima inspiración. Su Hijo, en la hora de la pasión, rechazó, de la manera más neta y decisiva, el recurso de la violencia: “Guarda tu espada, que todo el que pelea con espada, a espada morirá” (Mt 26, 52). Mas bien El mismo fue golpeado por la espada y, en comunión con El, también el alma de su Madre (cf. Lc 2, 35). Y por otra cosa significativa que María, en las Apariciones de los dos últimos siglos, haya dirigido a toda la humanidad una invitación apremiante a favor de la paz. Ha, advertido que la verdadera paz es siempre fruto de la conversión, del amor y del perdón.

Igualmente en la dirección de la paz va la imagen que se hace de los Siete la tradición de los Siervos. en medio de una Florencia despedazada por facciones, los Siete resplandecían como “ministros de la unidad y de la paz, con el fin de deshacer todas las intrigas, reconstruyeron la concordia fraterna” (pref.. de la misa de los Siete Santos; cfr. también el himno de las I Vísperas). Así, nuestros primeros Padres nos estimulan a ser, también nosotros, dentro de nuestro mundo, fermentos de reconciliación y de hermandad universal. Las Constituciones se refieren, en términos muy apropiados, a la vocación propia de los Siervos, aquella de “extender nuestra fraternidad a los hombre de hoy, divididos por causa de nación, raza, religión, riqueza...” (Const. OSM 74).

Relevancia del valor de la “fraternidad” en la era de la globalización

Es precisamente en el contexto del movimiento que lleva hacia la “globalización de la solidaridad” (JP II) que los Siervos deberán retomar el ideal de fraternidad, así característico de la Orden. Ello exige de nosotros la “cultura del diálogo” a todos los niveles: en aquel conventual especialmente a través del capítulo y la lectio divina, y también a nivel inter-religioso e inter-cultural.

En esta misión, debemos mantener nuestra mirada fija en “nuestra imagen conductora” (Const. OSM 319). Ella es, en efecto, la Madre universal, de los hijos del Occidente y de aquellos de Oriente. Como “Hija de Sión”, María quiere reunir en torno a Cristo todos los hijos de Dios dispersos ( Const. OSM 7). La alegría de la Virgen Madre es el ver los hijos, todos unidos, en torno a la mesa común, en el amor y en la concordia.

Como consecuencia, ¿no deberíamos los Siervos hoy sentirnos llamados a asumir, con decisión, la actitud de ser “hermanos universales”, más particularmente, “hermanos-siervos”, o sea, agentes de comunión la más amplia posible y constructores de reconciliación y de paz, no solo entre personas, sino también entre pueblos en conflicto?

Para actuar esta misión de paz en la orientación y complejo mundo post-moderno, los frailes-siervos deberán adoptar actitudes de apertura a la alteridad, máxima inclusividad, en breve, “dialogación” en todos los planos. ¿No son esos los trazos característicos de la actual mentalidad “holística”? ¿No es precisamente esta el ánima del “nuevo paradigma? Haciendo así, estarán reflexionando – y es lo que importa de más- la pericoresi trinitaria y serán los anti señales de un mundo nuevo, reconciliado en la solidaridad y en la paz.

Conclusión

Hay todavía otros clamores que vienen de la dramática realidad actual, como:

  • el clamor de las mujeres, marginadas por la milenaria cultura patriarcal y cuyo “genio” particular, el “femenino” – herencia también de los hombres-, espera todavía un más amplio reconocimiento cultural y una más efectiva valoración práctica (JP II, Mulieris dignitatem);
  • el clamor de la tierra, que se manifiesta como un organismo vivo (Gaia), en el cual todo se relaciona a todo y que, sin embargo, no cesa de ser impactada por la contaminación general y de la devastación industrial.
  • el clamor de las culturas locales, portadoras de las identidades regionales y que hoy se encuentran amenazadas de desaparición por causa de la cultura moderna, que es en verdad una “transcultura” en cuanto atraviesa, invade y pone en cuestión todas las demás culturas, etc.

Hagamos una parada aquí. Las indicaciones que se sugieren son suficientes para iniciar la reflexión personal y después un intercambio comunitario, que podrá corregir y completar el cuadro global apenas esbozado. Lo que mas importa, pues, es escuchar, lo detrás de los clamores del mundo, la Palabra misma de Dios. Por lo tanto, buscamos de distinguir o divisar “la Voz de Dios en las voces del mundo”.

María de Nazaret, que “conservaba, con cuidado, estos acontecimientos, confrontándolos en su corazón” (Lc 2, 19), sea para nosotros “imagen conductora” de escucha atenta, de fino discernimiento espiritual, de pronta obediencia y servicio generoso y creativo. Amén,

Ariccia (Roma), 13 de octubre del 2001: CCXI Capítulo general OSM